No estoy ligado a ningún partido político, pues para mí, partido es parte. Como intelectual me intereso por el todo, aunque, de hecho, sepa lo que pasa con la parte. Tal posición me da libertad de poder emitir opiniones personales y sin compromiso con los partidos.
Anticipadamente se lanzó la cuestión: ¿quién será el sucesor del carismático presidente Luiz Inácio Lula da Silva?
De antemano afirmo que la elección de Lula ha sido una conquista del pueblo brasileño, principalmente de aquellos que siempre estuvieron situados al margen del poder. Lula introdujo una ruptura histórica como nuevo sujeto político, y eso parece ser irreversible, pero no consiguió escapar a la lógica macroeconómica que privilegia el capital y mantiene la base que permite la acumulación de las clases opulentas. Introdujo la transición de un Estado privatista y neoliberal, a un gobierno republicano y social que da centralidad a la cosa pública (res publica), lo que ha beneficiado a varios millones de personas. La primera tarea de un gobernante es cuidar de la vida de su pueblo, y eso Lula siempre lo ha hecho sin traicionar nunca sus orígenes de superviviente de la gran tribulación brasilera.
Después de ocho años de gobierno, se lanza la pregunta que seguramente interesa a la ciudadanía y no sólo al PT: ¿quién será su sucesor? Para responder a esta pregunta, necesitamos tomar altura y darnos cuenta de los cambios ocurridos en Brasil y en el mundo. En ocho años muchas cosas han cambiado. El PT ha sido sometido a duras pruebas, y hay que reconocer que no siempre ha estado a la altura del momento y de las bases que lo sostienen. Todavía estamos esperando una vigorosa autocrítica interna a propósito de la presumible compra de votos de diputados conocida con el nombre de «mensalão». Los ciudadanos no perdonamos esta falta de transparencia y de coraje cívico y ético.
El PT se ha vuelto en buena parte un partido electorero, interesado en ganar elecciones a todos los niveles. Para eso se obligó a hacer coaliciones muy cuestionables, en algunos casos, con la parte peor de los partidos, en nombre de una gobernabilidad que frecuentemente se puso por encima de la ética y de los propósitos fundacionales del PT.
Hay una ilusión que el PT debe romper: la de imaginarse a sí mismo como la realización del sueño y de la utopía del pueblo brasilero. Seria rebajar al pueblo, pues este no se contenta con pequeños sueños y utopías de horizonte tacaño. Yo que, en función de mi trabajo, circulo por las bases de la sociedad, veo ya no se discute sobre «qué Brasil queremos», discusión que animó durante decenios el imaginario popular. Ha habido una despolitización innegable, por el hecho de que el PT ha ocupado el poder. Hizo lo que pudo cuando podía haber hecho más, especialmente en lo que se refiere a la reforma agraria y a la inclusión estratégica (y no meramente puntual) de la ecología.
Por lo tanto, el sucesor no se puede contentar con hacer «más de lo mismo». Hay que introducir cambios. Y el gran cambio en la realidad y en la conciencia de la humanidad es el hecho de que la Tierra ya ha cambiado. La rueda del calentamiento planetario ya no puede pararse; sólo se puede retrasar en su velocidad. Desde el 23 de septiembre de 2008 sabemos que la Tierra como conjunto de ecosistemas con sus recursos y servicios es ya insostenible, porque el consumo humano, especialmente el de los ricos que derrochan, ya ha sobrepasado en un 40% su capacidad de reposición.
Esta coyuntura, si no se toma en serio, puede llevarnos en los próximos decenios a una tragedia ecológico-humanitaria de proporciones inimaginables, e incluso -allá por el final del siglo- hasta a la desaparición de la especie humana. Hay que reconocer que el PT no incorporó la dimensión ecológica en el corazón de su proyecto político. Y Brasil será decisivo para el equilibrio del planeta y para el futuro de la vida.
¿Quién es la persona con carisma, con base popular, ligada a los fundamentos del PT y que se ha hecho icono de la causa ecológica? Es una mujer, siringueira, de la Iglesia de la liberación, amazónica. Ella también es una Silva, como Lula. Su nombre es Marina Osmarina Silva.
Leonardo Boff
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